martes, 22 de noviembre de 2011

La inteligencia humana

Patricio Valdés Marín




Las funciones psicológicas del cerebro estructurado en su máxima escala, que es la propiamente humana, con un amplio desarrollo de los lóbulos frontales y el neocórtex, corresponden al elaborar ideas abstractas, al razonar lógico, al albergar sentimientos y al actuar intencionalmente. La estructura que engloba unificando las estructuras psíquicas producidas por la estructura del cerebro humano es la conciencia de sí.


Hacia la conciencia de sí


Las capacidades para aprender y memorizar, comunes a por lo menos todos los animales superiores, especialmente los mamíferos y aves, no son lo mismo que las capacidades para comprender y pensar. Así, funciones cognoscitivas como razonar, planificar, fantasear, clasificar, acordar, honrar, burlarse o explicar tienen en los seres humanos su única expresión. La inteligencia animal, basada en el instinto, es superada por la inteligencia humana, basada en el pensar racional y abstracto.

El concepto “instinto” lo usamos extensa y corrientemente para referirnos a la inteligencia animal. Pero también los seres humanos nos basamos en el instinto como parte de nuestro comportamiento inteligente, pues nuestra inteligencia es, al igual que la animal, también de imágenes y emociones que se generan y se procesan. Generalmente, instinto se refiere en primer lugar al comportamiento animal tanto individual como social. En segunda instancia, se refiere a un comportamiento controlado por factores externos a su objetivo. En tercer lugar, los individuos de cada especie tienen formas fijas de comportamiento. En cuarta instancia, estas formas fijas de la especie, como tejer una telaraña, el individuo lo adapta a las condiciones particulares. Por último, intrínsecamente, el instinto no es otra cosa que la relación de una imagen, tanto percibida actualmente como recordada, a una emoción. Por ejemplo, novedad es peligrosa, y una rata no se acerca al veneno dejado en el entretecho por el dueño de casa.

Todas las funciones psicológicas del cerebro, como el aprendizaje y la memoria, el entendimiento y el pensamiento, las representaciones más abstractas de las cosas, el juicio que efectúa para estructurarlas lógicamente, los sentimientos correlativos que se estructuran acerca de éstas y la intervención intencional sobre las mismas, que estamos ahora considerando, generan la mente. La mente es la estructura psíquica que produce el cerebro fisiológico, estando sustentada en éste. Por lo tanto, la mente no es algo etéreo ni espiritual. Podemos imaginar la relación entre cerebro y mente como la que existe entre un motor embragado y el mismo en pleno funcionamiento. Las actividades que allí se desarrollan corresponden a operaciones rutinarias y exactas que tienen por causa la interacción de la naturaleza de la fuerza del impulso nervioso de la transmisión sináptica y de la transducción sensorial dentro de la multifuncional estructura cerebral. El cerebro combina lo eléctrico con lo químico para producir aquellas estructuras tan psíquicas pero tan concretas que existen en el estado eléctrico que se desenvuelve en las neuronas. En su actividad, el gelatinoso y grisáceo seso produce la poesía, la idea, el amor, la bondad, y estos productos son estructuras que existen en un estado electroquímico, en conexiones neuronales y  en proteínas construidas, y, por lo tanto, en una realidad espacio-temporal.

La imagen de una vela encendida puede servir de analogía para comprender al cerebro, sus funciones psicológicas y sus productos psíquicos. La vela, que representa al cerebro, es un objeto tangible, palpable. La llama, que representa la mente y sus manifestaciones psíquicas, es producto de la cera, el pabilo y el oxígeno, que representan las neuronas, sus conexiones y el flujo electroquímico del cerebro. Aunque aparentemente no es tan tangible ni palpable como de la vela, no es por ello menos material y medible. De modo similar, nuestra conciencia y sus contendidos son tan materiales y funcionales como una llama que ilumina y quema. Para comprender la llama no es para nada suficiente con analizar la vela. Tampoco basta con saber cómo se enciende ni a quien ilumina o quema. Es necesario saber qué es precisamente la llama.

Conciencia

La conciencia es el producto psíquico unificador que resulta de la estructuración de la cognición, la afectividad y la efectividad. La cognición aporta sensaciones, percepciones, imágenes y, en el ser humano, ideas. La afectividad produce pulsiones, emociones y, en el ser humano, sentimientos; y la efectividad genera conducta reactiva, instintiva y, en el ser humano, volitiva. Mientras la conciencia animal es de lo otro, en el ser humano también es de sí. La persona, a través de su conciencia, unifica los diversos productos psíquicos que generan las funciones psicológicas del cerebro en combinación a la memoria, y se transforma en un todo unificado, armónico y equilibrado, con propósito y sentido.

Cada escala estructural del sistema cognitivo es funcionalmente completa por sí misma. El intelecto de una vaca no es ni racional ni abstracto, pero, en tanto llega a la escala de la imagen y la emoción, le permite conocer su ambiente de pastizales y a sus congéneres, y las oportunidades y peligros de su entorno. Recíprocamente, la vaca funciona con relación a su capacidad cerebral, lo que indica que en dicha escala y sólo en dicha escala, la vaca es un animal plenamente apto. Si la capacidad intelectual de una vaca estuviera limitada, sus posibilidades de supervivencia y reproducción se verían reducidas o anuladas.

Formalmente, la conciencia es la capacidad que posee un sujeto para adquirir la presencia de un objeto. La capacidad se refiere a la función de la estructura cognitiva de la conciencia del sujeto; por tanto, la conciencia se refiere principalmente a la cognición. La adquisición es el acto cognitivo. La presencia en este caso es una representación psíquica del objeto que se origina en las sensaciones que el sujeto recibe de este objeto y que estructura o elabora en percepciones, imágenes y conceptos. La presencia es la invasión del objeto en el campo de sensación del sujeto. Puesto que parte de las sensaciones es afectiva, la adquisición es también un acto afectivo, en que la presencia del objeto genera emociones. El objeto es todo lo que se pone al alcance del sujeto, como causa de las sensaciones del sujeto, pudiendo ser partes de estructuras, estructuras individuales o el conjunto de las estructuras, tanto actualmente como surgidas de la memoria del sujeto.

La conciencia, especialmente en sus escalas superiores de estructuración, es lo que confiere unidad y armonía al ser humano de modo análogo a como la cultura unifica el sentir, el pensar y el actuar de un pueblo. Un individuo puede perder su integridad física al sufrir, por ejemplo, una amputación, pero no por ello pierde su unidad y equilibrio de persona. Tampoco el tiempo y los continuos cambios afectan la unidad de la persona. Por el contrario, la incrementan al adquirir experiencia y sabiduría.

Cuando el todo se hace inviable, la unidad muere y desaparece, al menos para los efectos de nuestro reconocido universo espacio-temporal. Con relación a su existencia en un entorno un ser viviente tiene unidad cuando tiene conciencia de lo otro y se sabe sujeto y objeto de relaciones causales. Una cebra puede saber que la hierba del prado cercano es un buen alimento, que el árbol frondoso vecino protege del sol y que el león agazapado en los matorrales de la izquierda presenta una amenaza fatal. La escala particular de esta conciencia depende de la capacidad del individuo para saberse hasta qué punto es sujeto y objeto de relaciones causales con respecto a otros. La escala de la conciencia de lo otro es de la totalidad de un sistema nervioso que reconoce en su entorno oportunidades y peligros.

En contraste, una persona tiene unidad cuando tiene un propósito existencial que surge de la reflexión. La función psicológica de escala mayor que puede tener un cerebro es la conciencia de sí. El síntoma de la falta de cordura, que se denomina psicosis en sus diversas manifestaciones clínicas, es una disociación de la unidad de la conciencia, y consiste en una pérdida de contacto con la realidad por una incapacidad para efectuar la comparación entre lo imaginario y lo real y determinar cuál es cual. Su causa puede encontrarse tanto en fallas específicas de la estructura cerebral que impiden el funcionamiento normal de alguna estructu­ra en alguna escala inferior como en deficiencias en los neurotransmisores por la incapacidad del organismo de sintetizarlos en las proporciones adecuadas.

Las neurosis, por su parte, son heridas de la estructura emocional de la personalidad que quedan tras las duras batallas por la supervivencia y la reproducción y que si, por un lado, limitan las capacidades funcionales del individuo, por el otro lo endurecen para afrontar luchas similares. Freud llamó subcons­ciente a una estructura psíquica con contenidos que no logran aparecer en la conciencia o que pudiendo hacerse conscientes son reprimidos por ésta. La estructuración de la conciencia no sólo diferencia a los cuerdos de los que no son tanto, sino que establece la sensatez en la personalidad, es decir, el predominio de la razón y la lógica por sobre el instinto, esto es, del pensar racional a partir de premisas válidas, del criticar la validez de las premisas y del elaborar las premisas mismas.

Relaciones

En cuanto cantidad la inteligencia es proporcional a la capacidad del cerebro para relacionar distintos contenidos de conciencia dentro de una misma escala; en tanto que su calidad depende de la escala a que es capaz de funcionar para estructurar estos contenidos. El concepto “contenidos de conciencia” es generalmente utilizado por la psicología filosófica para designar las diversas unidades estructuradas de carácter psicológico, como las sensaciones, las percepciones, las imágenes y las ideas.

Los contenidos de conciencia son representaciones significativas de alguna escala determinada y están referidos necesariamente a contenidos de conciencia de una escala inferior, como la idea respecto a las imágenes, o la imagen respecto a las percepciones. Además, los contenidos de conciencia están referidos potencialmente a contenidos de escala superior, como las percepciones respecto a la imagen. Una representación es una versión interpretada o reconstruida, como una percepción que reconstruye o interpreta sensaciones.

Relacionar es otra palabra para estructurar. La acción estructuradora que efectúa el cerebro no es otra cosa que relacionar contenidos de conciencia dentro de una misma escala, como combinar imágenes distintas de una cosa y obtener una imagen más completa de ésta. También se refiere a la acción de estructurar contenidos de conciencia en una escala superior a partir de distintos contenidos de conciencia de escala inferior, como a partir de imágenes de triángulo se llega a estructurar la idea de triángulo. En este sentido, las imágenes pasan a ser las unidades discretas de la idea, y las percepciones lo son de la imagen.

Este mecanismo responde a la interrogante de cómo el cerebro adquiere ideas a partir de la experiencia que nos viene a través de sensaciones de objetos de la realidad, es decir, de cómo produce algo que es abstracto y universal de algo que es concreto y particular. El cerebro relaciona los contenidos de una misma escala y los estructura en una escala superior, cuyos contenidos los vuelve a estructurar en una escala aún superior, y así sucesivamente hasta llegar a la idea más abstracta y universal posible. Observemos por tanto que los contenidos de conciencia de escalas superiores siempre están referidos a sus componentes de escalas inferiores.

En razón de que las causas de los contenidos de conciencia de la escala cognitiva más baja, las sensaciones, provienen del medio externo, todos los contenidos de conciencia, incluso los más abstractos y lejanos de la realidad objetiva y sensible, pasan a ser sus verdaderas representaciones, aunque nuestra imaginación y nuestra inteligencia consigan distorsionarlos de manera tan completa que nos parezcan virtualmente irreconocibles con los objetos representados. Así, pues, los contendidos de conciencia son representaciones de cosas objetivas, estructuradas en distintas escalas, y provienen del mundo exterior.

Toda información cognitiva proviene del medio externo e ingresa al cerebro a través de los órganos sensoriales. Toda ella es primitivamente sensación. El cerebro puede elaborar la información y producir una percepción, una imagen o una idea. Es capaz de sintetizar información y ordenarla. Así, estos contenidos están siempre referidos a sus componentes primitivos. De ahí que siempre esté significando y siempre sea una representación del objeto. La veracidad de un contenido de conciencia, es decir, la calidad de su correspondencia con el objeto representado, en cualquier escala, está en relación directa con la fidelidad que llegue a representar la cosa objetivada.

El poder del cerebro humano, y más específicamente de la mente, es muy grande, pues produce cosas –contendidos de conciencia– que no están originariamente en los objetos. En este sentido el poder del cerebro humano es extraordinariamente mayor que el del cerebro animal, el cual reproduce imágenes bastante fieles de objetos, podríamos decir de manera análoga a una máquina fotográfica. La diferencia sustancial es que la mente humana genera ideas, mientras que en la realidad objetiva no existen estas ideas. Sin embargo, la mente humana produce ideas como relaciones verdaderas de representaciones individuales y concretas objetivas. Por ejemplo, Sócrates es hombre, todos los hombres son mortales, etc. Además, la mente es capaz de relacionar lógicamente dichas proposiciones y llegar a la conclusión: “Sócrates es mortal”. Esta conclusión no está en los objetos de la realidad objetiva que la mente conoce, pero es perfectamente verdadera, pues corresponde efectivamente a la realidad objetiva.

Procesamiento

La capacidad de la mente humana para relacionar rápida e incesantemente contenidos de conciencia está detrás de una actividad de continua elaboración y reelaboración. La mente no genera fantasmas ni elabora fantasías a partir de la nada. Existe fuera de ella un mundo real, sensible, de donde primero extrae sus representaciones, las almacena en su memoria y las recuerda cuando es necesario. Luego, estos contenidos los ordena y reordena, los cambia y trastoca, los relaciona y combina permanente, sintética y críticamente para estructurar unidades en escalas sucesivamente incluyentes, hasta la obtención, en el ser humano, a través de su peculiar pensamiento conceptual y abstracto, de ideas abstractas y proposiciones completamente verdaderas, las que, mediante su procesamiento lógico, llega a nuevas proposiciones, en un proceso que puede ser cada vez más complejo, sutil, fiel, certero, profundo y verdadero.

El procesamiento de relaciones de percepciones, imágenes e ideas que efectuamos en el tiempo, uno tras otro en infinita y desordenada sucesión, nos permite la concepción de un antes y de un después, pues la imagen de algo no sólo incluye sus dimensiones espaciales, también se refiere a la dimensión temporal de la relación causal que representa. Algo puede ser imaginado en el tiempo sin recurrir al proceso lógico de que un antes antecede necesariamente a un después. Gracias a esta capacidad, no sólo podemos planificar, proyectar y programar acciones, sino también tener un sentido, más que del tiempo, de la historia. También, mediante las relaciones que hacemos de las imágenes de las cosas, tenemos conciencia de lo otro, como ocurre con los animales superiores. Pero la capacidad para ubicarnos aparte y frente a las cosas, que produce la conciencia de sí, la poseemos sólo los seres humanos. Por ella podemos avergonzarnos, envidiar, envanecernos y reír, entre una multiplicidad de otras manifestaciones conductuales.

Podemos distinguir tres tipos de pensamiento según sea su grado de funcionalidad. En primer término, cuando el cerebro llega a tener la capacidad para recombinar y sintetizar imágenes en ideas tan concretas que están estrechamente ligadas a las imágenes, hablamos de pensamiento instintivo o concreto. El pensamiento se hace lógico y ontológico cuando las ideas son más abstractas, pueden independizarse de sus imágenes y pueden relacionarse entre sí. En una escala superior, que corresponde a un pensamiento plenamente abstracto, las relaciones lógicas y ontológicas se efectúan con prescindencia de imágenes, y utiliza únicamente símbolos, como si representaran cosas. Esta estructuración lógica de sistemas de relaciones simbólicas, que no necesitan referencia a ningún tipo de representación de objetos concretos, constituye el pensamiento abstracto. La estructuración lógica y ontológica de las ideas posibilita el pensamiento y el lenguaje. La conciencia de sí es la emergencia del pensamiento reflexivo del sujeto sobre sí mismo, sus operaciones, sus intenciones y sus acciones.

Los dos últimos productos psíquicos de la actividad cognitiva requieren –el pensamiento lógico y ontológico y el pensamiento abstracto–, a modo de procesador, de una estructura cerebral y psíquica que sólo los seres humanos poseemos. No obstante, aún podemos considerar que los productos del pensamiento abstracto forman parte, como unidades subestructurales, de un producto de escala todavía superior y que es la conciencia de sí. Su función es establecer la coordinación unificadora de todos los contenidos de conciencia en sus diversas escalas, como también de los contendidos en los sistemas afectivos y volitivos. Fundamentalmente consiste en la permanente comparación de los contenidos de conciencia, ya estructurados y hechos presente, con los objetos de conocimiento proporcionados en nuestro contacto con la realidad, con el objeto de lograr la verdad, según la vieja definición tomista: adequatio intellectus rei (la verdad es la correspondencia del intelecto con la cosa).

Productos psíquicos

En la escala de las ideas parte de la función cognoscitiva consiste en relacionar las representaciones con símbolos. Estos pueden reemplazar las representaciones de imágenes, pudiéndose emplear tanto para pensar lógicamente como para comunicarse con los demás a través del lenguaje. El lenguaje es específicamente de ideas que están asociadas a imágenes significantes, mientras que el pensamiento puede estar continuamente referido a imágenes reales a causa de la enorme funcionalidad del cerebro, como cuando uno piensa en la idea de triángulo y lo refiere a la imagen de un triángulo concreto.

El cerebro, específicamente el centro de Broca, puede también, en cualquier instante, volver a la representación que había simbolizado por una palabra. El reflejo condicionado de Pavlov nos señala que una imagen olfativa-gustativa (un apetitoso bife) puede relacionarse con una imagen auditiva (el timbre). Si un perro obedece a una voz del amo, no es porque entienda el lenguaje conceptual que usa el amo, sino porque relaciona una imagen auditiva con una imagen de una acción que debe ser ejecutada.

El cerebro humano puede no sólo producir estructuraciones psíquicas a partir de escalas inferiores, sino que también puede hacer el camino inverso. Por ejemplo, el arte poético es la habilidad para estructurar una imagen a partir de conceptos. El natural orden de estructuración del conocimiento es revertido por el artista con el propósito de obtener una imagen que contenga una síntesis conceptual. Corrientemente, esta operación es metafórica, esto es, se vale de la analogía. El poeta, el artista o el publicista asocia dos relaciones de escalas distintas pero cuyas conexiones ontológicas, causales o lógicas son equivalentes.

Desde el punto de vista afectivo, la imagen tangible, por ejemplo, una obra de arte, al portar por analogía una representación de la realidad de una escala superior, es decir, una idea, también contiene el sentimiento que se relaciona con ésta, pero no necesariamente la emoción que se asocia usualmente con la imagen, ambas de una escala inferior. Más precisamente, el poeta apela no tanto a nuestro pensamiento conceptual-lógico, que sería el objetivo de un pensador, sino que a nuestros sentimientos.

También una mentalidad idealista hace el mismo camino reverso que el poeta. La imagen que estructura no proviene inmediatamente de sus percepciones, sino de sus ideas abstractas. Si imagina un triángulo, lo hará en forma ideal, sin las particularidades absolutamente concretas de la imagen.

Las actividades lógica y ontológica requieren una conciencia en plena vigilia. Cuando una persona duerme, estas actividades no pueden desarrollarse. El sueño no contiene conceptos, sino que únicamente imágenes. Sin embargo, como Freud descubrió, el contenido del subconsciente puede manifestarse en los sueños y expresarse a través de imágenes oníricas que de alguna u otra manera simbolizan las relaciones lógicas u ontológicas reprimidas. C. G. Jung, en especial, descodificó los símbolos que se vinculan arquetípicamente a imágenes particulares, de modo que se facilita mucho la interpretación de los sueños.


Teoría del conocimiento


Hemos llegado a un punto de la exposición en el que resulta pertinente hacer un alto para resumir lo dicho que sea englobado en una teoría epistemológica-psicológica. Cualquier teoría de este tipo que se formule debe considerar los distintos órdenes de fenómenos que intervienen, como el funcionamiento de las cosas en el universo, los condicionamientos funcionales del organismo viviente surgidos por la evolución biológica, su relación con su ambiente, las condiciones estructurales del sistema nervioso y sus peculiares funciones psicológicas.

Las numerosas dificultades que uno se enfrenta al estudiar el dominio epistemológico-psicológico pueden dividirse en general en dos grupos: aquéllas que se suscitan cuando se trata de definir las funciones psicológicas del cerebro identificándolas erróneamente con una mente de naturaleza espiritual, y aquéllas que derivan de considerar el cerebro dividido únicamente en niveles dentro de una misma escala supuestamente homogénea.

Esta teoría supone un sujeto cognitivo real, material, interno y activo que es afectado, y que existe en oposición a un objeto real, material, externo y pasivo que afecta. Supone también, en contra del dualismo cartesiano, un sujeto unitario, no dualista, ni compuesto por espíritu (mente) y materia (cerebro). Se opone igualmente al pensamiento kantiano que afirma que la mente (razón) inmaterial del sujeto material conoce un objeto inmaterial e interno del entendimiento, y no al objeto material externo. También se opone a la concepción conductista que niega la posibilidad de conocer al sujeto, al que califica como “caja negra”, si no es a través de reacciones del sujeto ante estímulos externos. En contra de del cartesianismo, el kantismo y el conductismo, busca comprender al sujeto en sí.

Para explicar la presente teoría comenzaremos señalando, en primer lugar, que el funcionamiento de las cosas del universo se caracteriza porque todas las cosas son estructuras funcionales, esto es, ejercen o son receptores de fuerzas específicas, y porque cada estructura es subestructura de una estructura de escala superior y contiene subestructuras que son estructuras de escala inferior. Una estructura es funcional no sólo respecto a sí misma, también lo es respecto a sus subestructuras y sus funciones. Así, una misma acción de un ser humano, como el gesto de detener un autobús, puede contener elementos de todas las escalas que lo componen, desde su propio peso gravitacional, pasando por impulsos de su sistema nervioso autónomo, hasta la intención deliberada que surge de su pensar racional y abstracto de la necesidad de detener el autobús para subirse y viajar al destino propuesto.

En segundo término, el cerebro es el órgano regulador y coordinador de un organismo viviente que se autoestructura en un hábitat determinado. Este consiste en un ambiente ambivalente capaz de proveer, pero que tiene a la vez la potencialidad para limitar y destruir. El sistema nervioso central ha evolucionado para adquirir información del medio y para generar en el organismo una respuesta apropiada de búsqueda de alimento y cobijo, de huida ante el peligro o de defensa ante un ataque.

En tercer lugar, el cerebro es una estructura fisiológica que tiene funciones psicológicas destinadas a producir estructuras psíquicas. El tipo de estructuras psíquicas depende de dos parámetros: la función psicológica específica del cerebro y la escala de estructuración. Referente a este primer parámetro, existen tres tipos de funciones psicológicas específicas: la afectiva, la cognitiva, que en el ser humano es cognoscitiva y la efectiva, que en ser el humano es específicamente volitiva. Para interactuar con el medio externo (incluido su cuerpo) todo organismo con sistema nervioso central necesita tener información sobre el ambiente; segundo, necesita evaluar dicha información en términos de si le es beneficiosa o dañina, y tercero, necesita responder a dicha información para aceptar lo que le beneficia y rechazar lo que le puede dañar. En otras palabras, el conocimiento sirve para actuar adecuada y oportunamente.

Hemos visto que con relación al segundo parámetro el cerebro es un órgano que ha evolucionado desde que en el sistema nervioso aparece la cefalización a causa de que los ganglios situados en la parte anterior del individuo adoptan funciones más especializadas y complejas. El estado evolutivo superior corresponde al cerebro humano. Entre el más primitivo cerebro y el cerebro humano la evolución ha consistido en una estructuración a través de una serie de escalas muy determinadas, de modo que el cerebro más evolucionado contiene la totalidad de las estructuras, y el menos evolucionado, sólo la estructura primera. Existen organismos en todas las escalas de conciencia de estructuración. Estas son una escala básica de la conciencia sensible (sensación cognitiva, sensación afectiva y pulsión), una escala media de la conciencia de un medio externo (percepción, impresión e instinto rígido), una escala mayor de la conciencia de lo otro (imagen, emoción e instinto plástico) y una escala superior de la conciencia de sí (idea, sentimiento y volición).

En cuarto término, para ser efectiva la funcionalidad es unitaria, esto es, tanto la estructuración fisiológica como la producida psicológicamente están jerarquizadas, teniendo un centro psíquico unitario, armonizador, equilibrado de escala máxima relativa que denominamos conciencia. De este modo, tenemos toda una jerarquía estructural afectiva-cognitiva-efectiva de escalas sucesivamente incluyentes que se unifican en sus respectivos tipos de conciencias.

También según lo expuesto hasta ahora, los contenidos de conciencia se estructuran en escalas distintas, y en éstas se relacionan de modo jerárquico e incluyente. El grado más alto de la estructura psíquica, o escala superior, corresponde a la conciencia de sí. Ésta relaciona las unidades más globales producidas por el pensamiento abstracto y lógico, y les otorga una unidad última. Le sigue en jerarquía la estructura del pensamiento denominado abstracto. Ésta, que consiste en relaciones lógicas de juicios o proposiciones constituidas por conceptos (que son las ideas abstractas), corresponden a la estructura del pensamiento lógico. A su vez, el producto del pensamiento lógico está compuesto por unidades discretas de ideas o conceptos estructurados de acuerdo a las operaciones de conjuntos y que emanan del pensamiento instintivo, el cual relaciona únicamente ideas concretas.

Por su parte, las ideas pueden ser o bien abstractas o bien concretas. Una idea más bien abstracta, o concepto, se estructura a partir de ideas más bien concretas mediante la relación ontológica. Las ideas concretas son estructuras constituidas por unidades discretas de imágenes u objetos de percepción. Las imágenes son estructuras compuestas por unidades discretas de percepciones. Las percepciones son estructuras consistentes en unidades discretas de sensaciones. Por último, las sensaciones son estructuras compuestas por unidades discretas de señales que provienen del medio externo a través de los sentidos de percepción.

En mi libro El pensamiento humano (http://penhum.blogspot.com) me ocupo de una segunda serie de escalas, aquella que la función abstracta y racional, correspondiente al pensamiento abstracto y lógico del cerebro humano, establece con respecto a las ideas.

Por lo tanto, el cerebro puede describirse analógicamente como una fábrica que contiene divisiones, las cuales están divi­didas en talleres, y éstos poseen máquinas. Digamos que las máquinas son las neuronas que procesan, en la escala de talleres, las sensaciones y producen percepciones. Los talleres procesan las percepciones y producen imágenes. Las divisiones obtienen ideas a partir de los insumos generados por los talleres. Si éstas pasan a través de la unidad de procesamiento lógico de la fábrica, el producto final son los juicios y proposiciones, para concluir en la profundización de la conciencia. Todas estas etapas recurren a bodegas, que representan memorias, para almacenar tanto los insumos como los productos terminados.


Inteligencia biológica e inteligencia artificial


Las ideas no son "formas" abstraídas de los objetos, al modo como propuso Aristóteles, y menos tienen existencia autónoma en el "mundo de las Ideas", como supuso Platón. Los conceptos no son entidades inmateriales, ajenas a las cosas extensas, como pensó Descartes. En nuestros días, esta suposición de la epistemología tradicional nos debiera parecer extraña. La cibernética nos muestra en forma práctica la capacidad de ciertas máquinas electrónicas para manipular los símbolos más abstrusos en forma mecánica: memorizarlos, relacionarlos lógicamente, y comunicarlos. Si una máquina tan material como una computadora maneja los símbolos de conceptos considerados abstractos, significa que éstos son tan materiales como la máquina.

Con todo, esto no significa que el cerebro humano sea similar a una computadora, lo cual deja a menudo estupefactos a los que buscan crear una inteligencia artificial similar a la inteligencia humana, o biológica. Si el cerebro es tan material como un circuito electrónico, y si es fruto de procesos perfectamente naturales, es lógico pensar que se lo pueda reproducir artificialmente, si no ahora, algún día en el futuro. Y sin embargo existen distancias fundamentales, si acaso no insalvables, entre la inteligencia humana y una posible inteligencia artificial. Una de las distancias que deberá ser salvada es la determinada por las funciones humanas, en especial, por la necesidad humana de supervivencia. Incluso, sólo el ser humano puede actuar conscientemente y renunciar intencionalmente contra el propósito de su objetivo natural de sobrevivir. En el fondo, el cerebro humano se diferencia de una computadora por las formas tan radicalmente especiales de estructuración y de generación de estructuras cognitivas, que lo hacen tan inaccesible a su replicación artificial.

Aunque la computadora es sorprendentemente rápida y segura para manejar enormes cantidades de datos, es absolutamente unidireccional y está construida para efectuar única y directamente el trabajo de relaciones lógicas que el programa le ordena efectuar, sin poseer un ápice de libertad ni de inquietud inquisitiva. Es incapaz por sí misma de conferir a los símbolos, las unidades discretas del proceso computacional, cualquier significado, valor semántico o relación ontológica, pues sólo consigue procesar la información según códigos preestablecidos que formulan reglas secuenciales que se van aplicando una por vez, sin lograr jamás superar dicha escala que permitiría acceder a escalas superiores.

La computadora es un ordenador puramente lógico que opera sólo de un modo matemático y hasta sintáctico. No consigue pasar de una escala a otra escala de estructuración más allá que la cantidad, pues no logra sintetizar la información procesada en estructuras que sirvan de unidades discretas para una escala superior. La lógica, que es común tanto a una inteligencia artificial como a una inteligencia humana, sólo es capaz de manipular cantidades dentro de una misma escala, pero no de sintetizarlas. Una computadora sólo puede efectuar las operaciones de un problema matemático, pero no tiene habilidades semánticas y obtener significados más abstractos. No es capaz ni de plantear el problema ni de tomar conocimiento de sus resultados, ni siquiera otorgar por sí misma símbolos a las cantidades, pues puede realizar sólo operaciones digitales, fácilmente mecanizables vía circuitos electrónicos.

Por el contrario, el ser humano, como cualquier animal que su supervivencia depende por lo demás de las decisiones que a cada momento está tomando, es consciente de todo un medio que le está suministrando información indiferenciada, y está obligado a prestar atención sin cesar a los diversos llamados, pues debe discriminar entre una multiplicidad de información perteneciente a escalas distintas de estructuración, y debe considerar asimismo diversas condicionantes y experiencias para dar respuestas oportunas y decisivas, seleccionadas entre complejas alternativas y variadas situaciones. Esto lo realiza con un gran poder de síntesis, es decir, de integración a través de todas las escalas estructurales de la estructura cognitiva de la que es capaz.

Mientras la inteligencia humana es capaz de, por ejemplo en el juego de ajedrez, seleccionar la jugada más probable tras penosa deliberación, la computadora, con su enorme velocidad, analiza las cientos miles de posibilidades en pocos instantes hasta encontrar la mejor. A la inversa, ninguna máquina computarizada ha podido hasta ahora superar al humano recolector de manzanas maduras de un árbol, quien puede discriminar instantáneamente colores, formas, tamaños y ubicar la forma de desprenderlas de la rama rápidamente, ejerciendo la presión precisa. Es una aparentemente simple tarea que los antepasados de este recolector habían estado ejerciendo por millones de años y que les había permitido sobrevivir y a la vez ir adaptándose al manzano al mismo tiempo que, simbióticamente, el manzano se adaptaba a las necesidades del primate y su especie ajustaba su estrategia de prolongación. Y sin embargo, algún día se podrá fabricar una máquina inteligente que supere al humano en recolectar manzanas, pues se trata de una tarea que acontece dentro de una sola escala.

En el cerebro humano las neuronas se relacionan entre sí formando una red no sólo densamente interconectada, sino que muy estratificada. En cualquier actividad psíquica, son miles las neuronas que participan. Aunque la velocidad de la información neuronal (que es de solo 70 m/s) es un millón de veces más lenta que la de una computadora electrónica (que es de casi la velocidad de la luz), el cerebro, que procesa simultáneamente una inmensa cantidad de bits en múltiples escalas, es millones de veces más eficiente que la computadora, la que por ser serial debe procesar uno tras otro los bits.

Así, el cerebro humano tiene una capacidad para efectuar miles de operaciones en forma simultánea en escalas incluyentes de estructuración, pudiendo ir de una escala a otra sin dificultad alguna. Esto le permite tanto estructurar en escalas sucesivas de complejidad desde las sensaciones hasta las ideas como volver desde lo más complejo a lo más simple en un instante. Cuando el ser humano posee la idea de triángulo, también tiene las imágenes concretas de algunos triángulos particulares y está al mismo tiempo consciente que se trata de una figura geométrica con tres lados y tres ángulos.

Para que una computadora pueda asemejarse al cerebro necesita que su estructura general, de escala superior, englobe a una multitud de estructuras de escalas cada vez inferiores e interdependientes entre sí, de modo que los distintos bits de información puedan ser relacionados y memorizados no tan sólo en una misma escala, sino que la estructuración de estas unidades de información puedan constituir también bits de otra naturaleza completamente distinta, correspondientes a escalas superiores, análoga a la diferencia que existe, por ejemplo, entre imágenes e ideas, si el sistema básico de procesamiento y memoria es sobre la base de estas unidades de información. Necesita también que su estructura general, que en el cerebro produce la conciencia, tenga una habilidad semejante si la acción que logre generar va a tener algo de intencionalidad.

Cuando se logre fabricar una computadora capaz, primero, de estructurar representaciones de la realidad de naturaleza abstracta a partir de representaciones de la realidad de naturaleza concreta; segundo, de simbolizar ambos órdenes de representaciones de modo que puedan ser referidos permanentemente a la realidad; tercero, de relacionar lógicamente estos símbolos de manera que el ordenamiento de los términos de las proposiciones se haga según parámetros de cantidad; cuarto, de relacionar semánticamente estos mismos símbolos de modo que en todo momento los símbolos puedan estar referidos significativamente a la realidad, y quinto, de producir símbolos también significativos y posibles de ser referidos a la realidad a partir de las relaciones significativas que logre establecer, se estará muy cerca de una de las dos condiciones que caracterizan una inteligencia biológica. La otra condición es, como se expresó más arriba, la capacidad de saltar de una escala a otra, ya sea sintetizando unidades en contenidos de escalas superiores o analizando los componentes de contenidos en escalas inferiores. No es suficiente proclamar la creación de una inteligencia artificial cuando la única función que desempeña es la función lógica, aunque con una velocidad y precisión que no tiene parangón en ninguna estructura neuronal.

Por último, la lógica no es una característica intrínseca de la máquina, puesto que ésta puede ser fabricada para que funcione en forma ilógica, por ejemplo, que 5 sea el resultado de 2 + 2. En cambio, la función lógica del ser humano es indispensable para la estructuración de los conceptos en juicios válidos, los que son indispensables para su propia supervivencia: un ser humano, o un animal, no puede permitirse errores vitales; un error le puede ser fatal.

Si bien la pregunta que se hace corrientemente acerca de la relación entre una computadora y el cerebro humano se refiere a las diferencias que existen entre ambos, debemos reflexionar que en tanto la computadora es un artefacto utilitario, fabricado por el ser humano, la importancia de la relación no se refiere a las diferencias, sino a la interacción entre ambos. En este sentido, una computadora pasa a ser una extensión funcional del ser humano. Del mismo modo como una piedra es una extensión del puño utilizada desde tiempos paleolíticos, un microscopio es una extensión del ojo del biólogo y una prenda de vestir es una extensión de la piel del ser humano para protegerse del frío y relacionarse socialmente, una computadora es una extensión del cerebro humano. Una computadora es un procesador lógico de información, un extenso archivo de datos, una precisa y rápida calculadora. En la interacción con el ser humano estas funciones intervienen no sólo de modo confiable, sino que según el mandato de la voluntad del individuo humano que la opera. Mediante la computadora, un ser humano agiganta su capacidad cerebral en su actividad inteligente.


Conciencia corruptible


La conciencia no es otra cosa que la activación electroquímica unificadora por la que se actualizan complejos conjuntos de relaciones psíquicas y se estructuran nuevas relaciones en un variado y continuo juego que abarca todo el espacio ocupado por el sistema nervioso. No es algo tan diminuto, como creyó alguna vez Descartes, quien propuso la glándula pineal como aquello que conecta el cuerpo con el alma.

Formalmente, la conciencia es la capacidad que posee un sujeto para adquirir la presencia de un objeto. La capacidad se refiere a la función de una estructura; en este caso, la estructura es la cognitiva; por tanto, la conciencia se refiere a la cognición. La posesión en este caso es una representación psíquica del objeto que se origina en las sensaciones que recibe de un objeto y que estructura o elabora en percepciones, imágenes y conceptos. El sujeto es el ser que contiene la estructura cognitiva. La adquisición es el acto cognitivo. La presencia es la invasión del sujeto en el campo de sensación del sujeto. El objeto es todo lo que se pone al alcance del sujeto, como causa de las sensaciones del sujeto, pudiendo ser partes de estructuras, estructuras individuales o el conjunto de las estructuras, tanto actualmente como surgidas de la memoria del sujeto.

Cada día que pasa en la vida de un individuo, miles de insustituibles neuronas se destruyen, o simplemente quedan desconectadas, y con ellas desaparecen para siempre unidades vivenciales únicas e irrepetibles y capacidades cerebrales. Afortunadamente, estas cantidades de neuronas que van muriendo constituyen una mínima fracción del total que cada individuo posee. Con el tiempo la memoria se va degradando, y también las capacidades intelectivas se van debilitando y la conciencia se va apagando. Este proceso, lento pero inexorable e irreversible, se acelera a medida que los sistemas metabólicos y circulatorios del individuo se van haciendo menos eficientes con la edad avanzada.

Cuando la muerte del individuo sobreviene, toda esa grandiosa acumulación de recuerdos, de asociaciones de imágenes, de relaciones ontológicas y lógicas, de conexiones cognoscitivas de unidades estructurales, de capacidad para intencionar amando u odiando se destruyen en un breve instante por la supresión de las fuerzas que sostienen la estructura, esto es, simplemente por la falta de suministro de oxígeno y aminoácidos; y ese fantástico y grandioso cosmos subjetivo desaparece brusca y definitivamente, para siempre.

La medicina legal reconoce en la actualidad que la desestructuración completa y definitiva del órgano que genera la conciencia marca la muerte virtual del individuo humano, aún cuando el resto de sus otros órganos permanezcan tan completamente funcionales que son susceptibles de ser reciclados para trasplantes. La conciencia no solo sostiene la vida autónoma, sino que le otorga unidad al organismo viviente. Sin ella el ser viviente pierde su organicidad en forma absoluta.

La muerte destruye toda una maravillosa estructuración en un brevísimo instante, el tiempo que tarda una neurona en ser destruida por falta de oxígeno. Pero según la primera ley de la termodinámica, y también la segunda, muchas de las experiencias y conocimientos acumulados, que han sido indudablemente funcionales para la supervivencia del individuo, no terminan necesariamente con su muerte. A través de la comunicación del lenguaje y de la memoria social, logran una subsistencia en la estructura cultural, pues la cultura no es otra cosa que conocimientos y experiencias de individuos comunicadas en un pasado y acumuladas en el recuerdo social. Probablemente, cada vida individual, con sus propias experiencias, creaciones y comunicaciones deje una cierta im­pronta en el saber social.

Para quien alberga la esperanza de que la conciencia transcienda el tiempo es difícil aceptar la conclusión lógica de la causalidad natural de que la muerte individual significa el término radical y total de esa maravillosa, inmensamente compleja, única e irrepetible conciencia tan personalmente propia del individuo y que jamás nunca volverá a repetirse nuevamente. El prodigioso entramado estructurado por cada ser humano durante una vida llena de gozos y sufrimientos, experiencias y conocimientos, éxitos y fracasos es, más que una muestra adicional de la extraordinaria exuberancia de la naturaleza, la mayor estructuración funcional a que puede alcanzar la materia, y que acostumbramos denominar espíritu, como una manera de significar la radical oposición entre conciencia y materia y, en consecuencia, libre de las leyes que rigen la materia, incluso de la segunda ley de la termodinámica.

Desde al menos la época cuando algunos antepasados nuestros pintarrajearon la caverna de Altamira con figuras tanto simbólicas como concretas, se ha supuesto que el espíritu es verdaderamente distinto de la materia. La ciencia, desde su particular punto de vista, no puede concebir que la conciencia pueda escapar de las leyes naturales, habiendo sido originada por estructuras y fuerzas que funcionan según estas mismas leyes. Las filosofías espiritualistas, que parten del supuesto de que la conciencia es espiritual, han visto sus fundamentos atacados vigorosamente por la ciencia. No obstante, existe un ámbito de la conciencia que es inaccesible a la ciencia, que es la conciencia profunda, importante materia que merece un análisis propio, pero que no entra en el propósito de este libro. La búsqueda de transcendencia de esta conciencia podría tener una respuesta real (ver mi libro La flecha de la vida, capítulo 6, “La existencia después de la vida.” http://flechavida.blogspot.com/).


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NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo corresponde al Capítulo 4 “La inteligencia humana”, del libro IV, La llama de la mente, http://llamamente.blogspot.com.